Separar las cosas del piso

Nada más inesperado que ver abrirse una línea por la mitad: un horizonte que, entre el cielo y el suelo, va dejando ver poco a poco la pupila que siempre ha ocultado. Esa pupila luego es un fantasma, y el fantasma es una herida, y la herida, por supuesto, nuevamente el horizonte. Separar las cosas del piso prolifera en imágenes extrañas, sorpresivas y sinuosas, pero también en aquellos pasajes corrientes y conmovedores de los que se compone la vida, el amor y el hastío de los amantes, el cariño filial, el espacio que se abre al pie de cada desaparición. Luego está la magia de poder tocarle los contornos a todas las cosas, sentirles el pelaje, las suavidades y las asperezas, y reconocer con ello no dónde terminan, sino cual es su manera paradójica de, aun siendo finitas, volverse inacabables. Tenemos con nosotros un libro que hace sobrevivir, con humor sosegado y lúcido pesimismo, todo lo que ya fue dado por muerto.