¿Qué papel tenían los libros en tu infancia? ¿Eran un refugio, una compañía, una curiosidad?
Hablamos de finales de los 80 y principios de los 90. En esa época los libros formaban parte del mobiliario familiar, del entretenimiento o del aburrimiento, depende de cómo lo quieras ver. En las casas de la familia había bibliotecas y personas que leían. Por eso yo también leía. Supongo que fueron muy buena compañía, tanto que con los años seguí leyendo.
¿Recuerdas cuál fue el primer libro que te cautivó?
Podría ser Colmillo Blanco de Jack London, pero no estoy seguro. También pudo ser Viaje al centro de La Tierra de Julio Verne. Pero con diez años ya me había leído todos los libros de Tintín y de Astérix y Obélix, a esa edad también leí a Roald Dahl, eran mundos fascinantes. A partir de los dieciocho años alternaba el gusto por encerrarme en casa a leer, con el placer de huir de casa para estar de fiesta. Me movía en los dos extremos. Acabó por ganar la lectura.
¿Cuándo tuviste la certeza —o la sospecha— de que querías ser escritor?
Sobre todo tenía ganas de serlo leyendo a Baudelaire y a Erasmo de Rotterdam. Quería copiarlos. De hecho, reescribía a mano muchos apartes de sus libros. O aforismos de Platón, cuentos de Chéjov y de Guy de Maupassant. Y trataba de memorizarlos para que me sirviesen como rezos. Mi habitación estaba decorada con poemas que escribía en las paredes y en los muebles y armarios.
¿Hubo alguien, una figura cercana o un maestro, que te animara a escribir por primera vez?
Pasó lo contrario, siempre encontré desaliento. Pero ya había leído a Poe y algo de Dostoievsky y Oscar Wilde, peor que a ellos no me podía ir. “Aquí empieza la tragedia”, dice Nietzsche. Ese fue el punto de partida que encontré. En los últimos años sí he contado con la ayuda de hermanos de escritura que me acompañan, pero al principio avancé más bien solo. Bueno, con la compañía de las novelas que leía.
Has vivido en Colombia durante muchos años. ¿Cómo fue ese primer encuentro con el país y de qué manera transformó tu mirada o tu escritura?
Hace unos meses dije en una conferencia que si no hubiera venido a Colombia probablemente no hubiera escrito. No voy a decir eso de que no me hubiera convertido en escritor, porque creo que es algo que somos desde que nos enseñan a escribir. Estar aquí me hizo dejar de pensar tanto en las historias, en las grandes aventuras. Pude pensar más en el lenguaje y hacerlo centro de mis intenciones literarias. De alguna manera yo había perdido mi español después de vivir en Italia. Lo fui recuperando y moldeando con los años. Colombia me hizo progresar en mi idioma y en mi vida en general. Me hizo ser el escritor que soy. Y, ahora sí, me convirtió en mejor persona.
«La cultura está en manos de las mujeres. Son ellas las que hacen que el arte funcione y se mantenga vivo.»
Debido a la gran acogida de tu taller El arte de llevar un diario en Santo & Seña, hoy se ha convertido en una de las actividades recurrentes de nuestro espacio. ¿Qué tal te ha ido enseñando? ¿Qué te ha sorprendido de esa experiencia?
Primero quiero decir que corrobora que la cultura está en manos de las mujeres. Son ellas las que hacen que el arte funcione y se mantenga vivo. Yo intento prepararme para estar a la altura de las participantes. Con insistencia, práctica y buenas lecturas, es fácil descubrir voces muy interesantes. Creo que eso es lo que buscamos: que aparezca esa manera personal de nombrar el mundo y nuestro lugar en él.
Hemingway decía: “Como escritor, no deberías juzgar, deberías comprender.” ¿Cómo interpretas esa frase hoy, después de tantos años escribiendo y leyendo a otros?
Me recuerda a una frase que leí hace años, cuando ya había publicado, pero mientras estaba estableciéndome en el ecosistema literario. La frase, de algún pope, decía que los escritores mayores debían ofrecerles la mano a los escritores jóvenes. Me encantó. Intento aplicarla. Cada proyecto artístico lleva detrás mucho esfuerzo. Más allá de si nos gusta o no, yo trato de valorar el trabajo que ha demandado.
¿Qué esperas encontrar en los textos de tus estudiantes? ¿Qué es eso que rescatas cuando un texto todavía está en construcción?
Espero tener el ojo afinado para ver cuáles son las virtudes de cada uno. El ritmo o la elegancia o la fuerza. Distinguir las apuestas formales y estilísticas. Tengo que ser capaz de ver las virtudes. Una vez que definimos qué es exactamente lo que exalta y alimenta cada propuesta, hay que perseverar mientras va adquiriendo su valor literario, su claridad o su pureza. De ahí se puede dar el paso para construir un texto completo.
A menudo hablas de la «voz interna» del escritor. ¿De dónde crees que viene esa voz? ¿Y cómo se cultiva sin que se apague con el tiempo?
Yo creo que los escritores están hablándose constantemente en silencio. Empezando ideas, frenando ideas. Repitiendo frases, conceptos. Dando vueltas sobre obsesiones inconfesables. Apuntando lecturas. Al menos ese es mi caso. De ahí nace una conversación conmigo mismo antes de escribir. Luego escribo y aparece una traducción de lo que pienso, algo parecido a lo que imaginaba. Una vez que hay material escrito, es como si me convirtiera en un actor para cada novela. Me convierto en ese narrador o en esa protagonista. Decoro, hago llover, mato y doy vida. Al final tengo que deshacerme de quien he sido durante dos años de escritura para poder narrar de otra manera. Es ser y dejar de ser. Entonces se van encendiendo y apagando voces.
Desde tu experiencia, ¿desde dónde escribe realmente un escritor?
Diría que mucho desde el inconsciente. Creo mucho en el mundo de los sueños. Luego desde las tripas -odio, miedo, rabia, amor, …-. El cerebro despierto es el órgano menos importante, sirve en todo caso para organizar y estructurar, pero no tanto para escribir.
«Como decía alguien, la escritura es una especie de condena. Estoy condenado a escribir.»
Sabemos que llevas tiempo trabajando en tu nueva novela. ¿Podrías contarnos un poco más sobre ella —de qué trata, en qué etapa está, cómo la estás viviendo?
Parece algo muy diferente a lo que he escrito antes. Con muy pocos elementos y con solo dos personajes. Es una mezcla de neurosis con abstracción, una canción muy veloz. Pero al mismo tiempo siempre siento que lo que estoy escribiendo ya lo he escrito antes. Por aquello de no dejar de pensarlo antes de escribirlo. También creo que cada libro que escribo es más difícil que el anterior y que me hace sufrir como nunca antes, pero mi mujer me recuerda que no es así. Quiero creer que estoy en la etapa final. Pero en esta profesión hay más de una etapa final. No quiero decir mucho más porque soy supersticioso.
En tus libros suele haber una mirada introspectiva, pero también una observación aguda del entorno. ¿Cómo logras equilibrar lo íntimo con lo narrativo?
Una cosa empuja a la otra. No pienso mucho en tramas, no me interesan, son casi accesorias, pero sí me gusta que los personajes tengan la capacidad de narrar sus propias vidas. Trabajo con personajes pensadores de un presente medio viejo ya. Van contracorriente y sienten la necesidad de explicar lo que ven y viven, entonces se salen de sus ensimismamientos a través de diálogos con otros personajes o conversando con los lectores.
Cada vez que visitas Santo & Seña te vemos revisar qué vinilos han llegado, y no es difícil encontrar en tus novelas referencias a bandas y artistas como Cat Power, Antony, Vivaldi, American Football, Nirvana, Radiohead, Tchaikovsky, Two Gallants o Leonard Cohen. ¿Qué papel juega la música en tu vida y en tu escritura?
“Todas las artes tienden a la condición de la música, que es solo forma”, dice Walter Pater. Eso habla perfectamente de lo que pienso sobre la música y sobre la escritura. La música es fundamental en mi vida, dice quién soy. La escucho desde por la mañana, muchas veces sin entenderla. La música que escucho forma parte de mi personalidad. No quiere decir que hable mucho de música, es un asunto solitario, como la escritura, y las disfruto así. Antes me gustaba ir a conciertos, pero ahora me da un poco igual. En mis primeras novelas me parecía importante que se supiera qué música escuchaban los protagonistas. Mi conocimiento sobre ciertos artistas. Ahora me interesa la musicalidad de lo que escribo. Pero llevo robando ideas de la música por lo menos diez años. Ahora es más importante la música que escucho mientras escribo que la que aparece las novelas.
Aún viajas con frecuencia a España. Teniendo la experiencia de vivir entre ambos países, ¿cómo percibes las diferencias entre el público español y el colombiano? ¿Se lee distinto, se escucha distinto?
Lo primero que se me viene a la cabeza es queen España le tienen mucho miedo a Dios. A escribir sobre él y a leer sobre él. Siento que en España hay un estancamiento estilístico, mientras que la literatura colombiana está más viva, existe un mestizaje lingüístico que enriquece el idioma. El público de allí es mucho más amplio, no es comparable, pero también es mucho más homogéneo. Suena todo muy parecido y parece que quieren que siga siendo así. Yo creo que los vanguardistas cada vez escriben menos. Esa puede acabar siendo la última vanguardia, escribir para no publicar. Pero tanto aquí como allí hemos acabado escribiendo con un número muy limitado de palabras, lo que hace que se construyan las mismas frases.
Para cerrar: después de tantos años escribiendo, leyendo y enseñando, ¿qué te sigue sorprendiendo de la literatura? ¿Qué es eso que todavía te mueve a seguir escribiendo?
Cuando pienso en algo que me gustaría hacer, como algo que deseo, suele ser tumbarme en el sofá a leer. Esa idea se convierte en un auténtico placer. Me sorprendo con muchos libros. Muchas maravillas. Se escriben cosas buenísimas. Los últimos dos años he leído mucha poesía y más ensayos que antes. Mantener las ganas es más sencillo de lo que parece, basta con descubrir a Chantal Maillard, a Roberto Juarroz, a Alberto Moravia, a Giovanni Papini, a Ana María Caballero, a Luis Chaves; y con seguir descubriendo a Andrés Trapiello, a André Malraux o a Richard Brautigan. Mi relación con ellos me obliga a seguir escribiendo, quiero hablar con ellos, quiero entenderme con ellos. Gracias a todo lo que aún no he leído sigo escribiendo. Algunos libros son obra de autores contemporáneos, aunque la mayoría pertenecen a autores del XIX y del XX. Como decía alguien, la escritura es una especie de condena. Estoy condenado a escribir.