No es un disco fácil. A medida que te adentras en él se hace denso debido a esa atmósfera agobiante.
El clima de este larguísimo disco (la duración media de sus quince canciones es de cinco minutos) es agobiante, malrollista. A ello ayuda la voz grave de Tyler y su forma de declamar, con un punto desagradable. No hay samples, solo sintes y programaciones secas, duras. ‘Goblin’, el primer tema, con sus ruidos cercanos a lo industrial, sin apenas percusión rítmica, con un piano obsesivo, fantasmal, es inquietante. Su mezcla con cuerdas sintentizadas provoca un contraste adictivo, algo que hace en varios cortes del álbum. Y es que las bases del LP son su gran acierto, más allá de las letras y actitud de Tyler, al que al final acabas viéndole el personaje. Son atmósferas de apego noventero (sobre todo en sus momentos más R&B, como ‘She’) que a veces tienen más de electrónica europea, Einsturzende Neubauten, la IDM o incluso el ambient, que de hip hop, pero que le dan un sonido único y de gran riqueza. No superpone capas y capas de elementos sino que sabe dar con la textura adecuada, a veces completamente seca pero otras veces ensoñadora y delicada, como momentos de sol en medio de una tormenta.