Sin duda una obra mayúscula, elaboradísima, tan instantánea como compleja. Poliédrica, sabia, exuberante.
No hay desperdicio en este disco, testimonio de un equilibrio intenso y un genio muy difícil de igualar. Y es casi imposible no disfrutarlo como la primera vez, aunque remita a tiempos de gozosa inocencia. Crowded House son inagotables. Como el propio Finn en solitario, por cierto, aunque ahora ya no le acompañen los oropeles ni las listas de éxitos, por esas bobas injusticias generacionales. En cierta ocasión, durante una entrevista, nos aseguraba no entender bien por qué habían triunfado sus obras de los años mozos y no las del siglo XXI, cuando le parecían, como mínimo, igual de aprovechables. Es probable que tenga razón: Out of silence (2017), por ejemplo, es un disco fabuloso del que no quiso enterarse prácticamente nadie.