Más que su portada: Un disco ambicioso que orienta la experimentación hacia estilos poco explorados por Bowie.
Una secuela puede ser el sueño cumplido de los fanáticos y el blanco fácil de los críticos. Sin embargo, los años pasan y el tiempo transcurrido puede despejar las dudas iniciales. Este es el caso de Aladdin Sane, el sexto disco de David Bowie. Es recordado por su icónica portada que muestra a Bowie con un rayo pintado en el rostro: el signo de los tiempos extravagantes que atravesaba el rock.
Fuera de este detalle, sus canciones no son tan conocidas por el oyente promedio y muchos fanáticos lo ven como una obra menor, eclipsada por el éxito universal de The Rise and Fall of Ziggy Stardust & The Spiders From Mars, su laureado antecesor. Pero, en realidad, estamos frente a un disco ambicioso que orienta la experimentación hacia estilos poco explorados por Bowie como el blues, la música de cabaret o el doo wop de los 50s.
En 2003, el álbum fue clasificado, entre los seis discos de Bowie que entraron a la lista de Rolling Stone de los 500 álbumes más grandes de todos los tiempos (en el N° 277) y luego ocupó el puesto N°77 en la lista de Pitchfork Media de los mejores 100 álbumes de los años setenta.