Una maniobra con la que reafirma su envidiable nivel creativo, creando un público cada día más fiel a su música.
Unas semanas atrás se anunciaba por sorpresa la publicación de nuevo álbum de Angel Olsen, menos de un año después de aquel fantástico “All Mirrors” (Jagjaguwar, 19) que terminó por encumbrar a la norteamericana por encima de otras féminas de cualidades similares. En realidad el asunto tiene algo de truco, y la decisión final acerca de si la presente referencia debe ser considerada o no disco de estudio de pleno derecho dependerá de la óptica particular de cada uno. El contenido de “Whole New Mess” se compone de una serie de composiciones –un total de once– grabadas en solitario por la artista al amparo determinante (por solemne) de una antigua iglesia situada en algún lugar del medio noroeste estadounidense.
Pero el repertorio se reparte entre piezas inéditas (seguramente descartes del lote preparado para el mencionado “All Mirrors”) y numerosas interpretaciones de canciones que ya aparecieron en dicha obra, ahora levemente rebautizadas. Un ejercicio revisionista, éste último, por el que de una u otra manera están apostando no poco artistas últimamente: desde Anna Calvi a Scott Matthews, pasando por “nuestros” Vetusta Morla. Resulta, en cualquier caso, que el momento creativo en el que se encuentra inmersa Olsen viene siendo tan apabullante que cualquier entrega con su firma parece destinada a convertirse en un exquisito placer. Es por eso que, independientemente de la naturaleza que se quiera dar al producto en cuestión, este conjunto que entrega la de St. Louis tiene peso propio y permite recuperar con complacencia la faceta más desnuda y natural de la autora, aquella que había sido aparcada hace casi una década, cuando vio la luz “Half Way Home” (Bathetic, 12).