Una ambiciosa obra en la que Mering sale airosa en el complicado reto de combinar concienciación y pop barroco.
La carta de Natalie Mering (aka Weyes Blood) que acompaña el material promocional de ‘And In The Darkness, Hearts Aglow’ explica la idea de esta trilogía de discos iniciada con ‘Titanic Rising’ (que representaba “la anticipación de algo oscuro por llegar”) y que continúa con esta segunda entrega, en la que el mundo “camina a tientas por la oscuridad, tratando de encontrar sentido a todo, en una época de grandes cambios”.
Con este planteamiento conceptual, las caras del álbum forman dos perfectas mitades muy coherentes, en las que las canciones funcionan como microcapítulos en un relato de post-apocalipsis global y emocional. Son temas meditativos, que se toman su tiempo, en su mayoría cinco o seis minutos: requieren esa pausa lejos de los “loops repetitivos de la vida digital actual” para ser degustados en su totalidad sensorial. Y efectivamente -como si se tratara un ejercicio de conciencia plena- cuando finalmente te sumerges en ellos te esperan bellos tesoros. Quiere decir esto que sin haber sido Natalie nunca una artista de melodías inmediatas, en ‘Titanic Rising’ el gancho inicial de ciertas canciones era más instantáneo, mientras que en ‘…Hearts Aglow’ hay que dedicar un poco más de tiempo para que empiecen a prender. Pero cuando ocurre -a las pocas escuchas- la experiencia es incluso más intensa que en el disco anterior.